SABINA COVO
Esta semana el magnate de bienes raíces Donald Trump sorprendió una vez más, al aparecerse en México, parado en un podio, al lado del presidente de ese país, Enrique Peña Nieto. Una movida inteligente por parte del candidato republicano, con la cual envió un mensaje de capacidad de diplomacia y negociación. Todo parecía ir bien hasta que volvió a Estados Unidos y en la noche presentó su plan para solucionar, dice él, el problema de la inmigración ilegal a Estados Unidos.
Sacar a todos los que no tengan papeles, de manera paulatina. Triplicar los oficiales de deportación, lo cual haría crecer el gobierno, algo a lo que tanto se opone el Partido Republicano. Hacer que México pague por un “hermoso” muro, (con todo y que el presidente mexicano ya había dicho que ese país no lo pagaría), y que durante el discurso juntos dijeron que habían hablado de cómo financiar el muro, asegurarse que el que entra con visa salga, y otras medidas polémicas y discriminatorias son parte del plan de Trump. Incluido el hecho de que los inmigrantes abusan, dice él, de los programas sociales.
Empecemos por ahí. De los programas sociales no solo abusan inmigrantes ilegales o legales, abusan ciudadanos americanos, pero no son ni cerca de una mayoría. La gran cantidad de las personas que viven en este país trabajan mucho más que el promedio de otros países desarrollados del mundo. Recordemos el viejo dicho de “vivir para trabajar” que tanto se usa en Estados Unidos para tratar de alcanzar el sueño americano. Un sueño cada vez más remoto y difícil de describir. ¿Qué es el sueño americano hoy día? ¿Ganar menos que el salario mínimo, como les pasa a muchos inmigrantes al llegar? Y hasta a los mismos americanos.
No se trata de defender la inmigración ilegal. Está claro que Estados Unidos no está en condiciones de salvar al mundo y que como bien dice Donald Trump, América debe estar primero. Pero creo que abarcar el problema de la inmigración objetivamente, entendiendo que no se puede sacar a un sinfín de inmigrantes porque costaría mucho, en dinero y en sentimientos, debería ser la manera. Muchos de estos además aportan a la economía porque hasta sin papeles pagan impuestos con un número de empleado independiente que se consigue en este país. Y los que no, trabajan en labores que en muchos casos los americanos no quieren realizar. Dígase recoger hortalizas, o cuidar niños, por ejemplo. Nuestro próximo presidente sí debe asegurarse de que el sistema migratorio que está quebrantado funcione de mejor manera. ¿Saben cuántas familias serán separadas cuando Trump triplique los oficiales de deportación? ¿Se imaginan cuántas de esas que han venido huyendo de la violencia de sus países? De la pobreza. De la miseria. Del abuso.
Ahora bien, sí hay inmigrantes ilegales que cometen crímenes. Como hay los que abusan del sistema. Si miramos las cifras, de acuerdo con una columna de Alan Gómez publicada en el diario USA Today, desde 1990 hasta el 2013 el número de inmigrantes indocumentados se triplicó de 3.5 millones a 11.2 (números aproximados) y en ese mismo tiempo la tasa de crimen bajó un 48%. Lógicamente estos números no significan nada. La población de inmigrantes es tan diminuta frente a la totalidad que es difícil determinar con cifras que tanto incide la inmigración ilegal en el crimen.
Ahora, hay inmigrantes ilegales que han violado, asesinado y asaltado. Pero de nuevo, el problema no se limita a la inmigración indocumentada. Dudo que condenar la inmigración ilegal con propuestas populistas casi imposibles de cumplir, como sacar a todos los ilegales, es irresponsable de parte del señor Trump. Pero sí aplaudo su visita a México. La diplomacia siempre es una buena iniciativa. Siempre y cuando sea con consistencia.
Periodista y presentadora de televisión y radio.
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