Durante la larga y trágica pandemia por la COVID-19 y sus posteriores variantes, millones de habitantes del mundo fuimos víctimas de sus estragos. Hubo un largo impasse que nos obligó a estar mucho tiempo estáticos en nuestras viviendas, barrios y ciudades. Muy en contacto con las personas más próximas a nosotros, no solo por parentesco si no por vecindad.
Seguramente que en ese lapso de tiempo tuvimos reflexiones relacionadas con una manera diferente de tratar a la naturaleza, a todos los seres vivos y a nuestros semejantes. Muchos tuvimos la ilusión de un retorno a la normalidad pleno de sentimientos y acciones solidarias y pacifistas. Alguna vez lo llamé la COVID-20 (COnvivencia para una Vida Digna). Pero tal parece que los seres humanos somos de corta memoria y actuamos más al impulso de la inmediatez que en una planificación de largo y provechoso alcance.
Si miramos a nuestro derredor, vemos con tristeza que después del cautiverio sanitario por la pandemia, hemos salido de modo desenfrenado a las calles. Parece que hay una actitud más hostil hacia los otros. Andamos a las prisas; nos miramos fija y seriamente a los ojos y no se diga que a la primera oportunidad nos decimos de cosas de coche a coche. Estamos como en una olla de presión que explota hacia adentro.
Si sumamos a los actos criminales cotidianos nuestras frustraciones diarias, estamos como sociedad explotando hacia adentro. Hay una implosión social cuyas características pueden saltar a la vista como un nivel alto de violencia familiar, de violencia laboral, de desánimo, de tristeza, de desesperanza en medio del debilitamiento o de la ruptura del tejido social y del núcleo familiar. En la era de la comunicación nos comunicamos menos de manera efectiva y afectiva.
Tenemos que hacer una reflexión social profunda mediante la cual podamos rescatar los valores primarios de raciocinio humano, es decir, la ayuda mutua, la comprensión, la empatía y la comunicación directa entre todos sin importar nuestro estado socioeconómico. Requerimos con urgencia replantear nuestras expectativas sociales y laborales en lo individual y en lo colectivo. La implosión social, nos da, a caso, ciclos muy breves de satisfacción y bienestar.
* El autor es Licenciado en Derecho, Maestro en desarrollo rural, ambiental y de la sostenibilidad. Diplomado en Unión Europea. [email protected] @GOGAES