La detención de Javier Duarte ha levantado una previsible tolvanera de opiniones de todo tipo, es, como dicen los españoles, un culebrón; apenas inició la trama porque ha caído un pez gordo que desata una narrativa espesa por quienes ubican el caso como un distractor cuando recién se clamaba por su captura. Vendrán los trámites de extradición, el ex gobernador más turbulento de los últimos tiempos está tras las rejas.
Un sector de la oposición al gobierno federal atiza con la teoría de una presunta conspiración en la cual la detención del mal afamado ex mandatario veracruzano servirá para brindar oxígeno al Partido Revolucionario Institucional que ya expulsó de sus filas a Duarte, ello porque la contienda en el Estado de México está apretada, cabe la posibilidad de que la candidata de Morena se levante con el triunfo en la tierra en la que se ubica la raíz del mítico grupo Atlacomulco.
Tomás Yarrington fue capturado en Italia, Javier Duarte en Guatemala, la policía mexicana no lo pudo hacer en nuestro país; ambos ex mandatarios representan las peores causas porque ahí desfila el peculado, el cohecho, lavado de dinero aunado a un alto número de prácticas aberrantes que se distancian del marco jurídico.
Lo cierto es que la credibilidad en las instituciones se diluye, muchos no creen lo que sucede al mirar el rostro sonriente de Javier Duarte tras su detención, probablemente estaba nervioso, estresado o sólo fue una gala, una más, del soberbio cinismo que suele acompañar a los pillos. Todo cabe en el terreno resbaladizo de la especulación.
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