El ser humano por naturaleza tiene la propensión a expandirse territorialmente y a
producir bienes o productos algunos para hacer la vida más cómoda y otros para
alimentar su propio ego.
En esta gran aventura que es la vida hemos llegado a casi todos los territorios del
planeta tierra, dejando la huella de nuestras pisadas y a donde no hemos llegado
directamente lo hemos hecho a través de toda la basura que generamos. Así
tenemos aire, ríos, lagos, lagunas y océanos con deshechos de productos en su
mayoría de un solo uso.
Actualmente en el estado de Nuevo León vemos un panorama desolador ante la
falta de agua. Elemento sin el cual no habría vida en la tierra. La escasez del vital
líquido se debe entre otros factores al aprovechamiento en actividades que tienen
más bien que ver con una industria productivista que genera una descompensación
ambiental y no ayuda a la producción primaria de alimentos. Así tenemos grandes
consorcios multinacionales que nos venden el agua ya transformada en refresco o
bebida alcohólica con más del mil por ciento de ganancia. Tenemos que detenernos
a pensar cuántos litros ocupamos para producir un litro de refresco o de cerveza,
por ejemplo; esa producción desmedida se observa también en otras ramas de la
economía que son despiadadamente lucrativas en términos económicos y
despiadadamente dañinas al medio ambiente.
Si queremos conservar el equilibrio de la naturaleza para seguir con un planeta
medianamente habitable, tendríamos que reflexionar en fijar límites a la producción
en las industrias altamente contaminantes, productoras de mercancías cuya vida
útil es breve pero su vida contaminante es larguísima. Lo mismo con las empresas
procesadoras de alimentos que por una parte agregan productos dañinos para la
salud y por otra se pierden millones de alimentos procesados al caducarse. Sin
siquiera llegar a paliar el hambre de millones de personas en el mundo.
Tenemos la obligación política y social de analizar el desbalance en la inversión
entre las ramas de la agricultura y la industria de alimentos procesados dañinos a
la salud y al medio ambiente y de accesorios superfluos que se convierten en
basura, contaminando cielo, mar y tierra.
Quizás limitando la producción recuperaremos un medio ambiente sano para todos.
* El autor es licenciado en Derecho, especialista en Derecho Agrario; Maestro en
Ciencias en Desarrollo Rural Regional; Maestro en Derecho Ambiental y de la
Sostenibilidad; Diplomado en la Unión Europea.