Por Tayde González Arias
Chango viejo no aprende maromas nuevas
Cuando la ley no es pareja para todos algo no está bien, y dado que eso viene sucediendo desde hace tiempo en nuestro país, vale la pena pensar en dónde radica el problema. Tiene tiempo que no se refresca la clase política —¿se acuerda usted desde cuándo Noroña vive del dinero público?— o desde cuándo el presidente de cualquiera de los partidos registrados ante el INE está fuera de la actividad política recibiendo un pago de un ayuntamiento, congreso o gobierno estatal o federal.
Los mismos políticos de siempre
Por donde se le busque son los mismos, y los que intentaron otra cosa recuerdan que acá era dinero fácil y se regresaron. Estuvieron fuera porque los obligaron por no ir a la campaña o porque quisieron volver al carril de la competencia en la que, si no das resultado, te vas.
No obstante, aunque ahorita no me acuerdo de quién, seguramente también fue excluido de la política por no alinearse —es decir, por no ponerse de tapete ni aplaudir todo lo que hacía el jefe político— y ahora está en la banca, como en el fútbol.
La ciencia de la política empañada
Podría parecer que todo fuera culpa de la política, o mejor dicho de quienes están en ella, porque como ciencia la política es profunda y necesaria, pero a la mexicana el tomate está podrido y el chile echado a perder. El asunto recae en quienes eligen seguir a los mismos de siempre: presidentes, diputados, senadores o autoridades comunales en los ejidos.
Voto condicionado y derechos vulnerados
Si el pueblo realmente fuera sabio no viviría más en la pobreza y no permitiría que condicionen el voto a cambio de frijol con gorgojo, becas o pseudoapoyos. Eso es un derecho que no debe quitarse ni dejar de existir esté quien esté en el gobierno; son derechos ganados por revolución, guerra y sobre todo por pagar muchos impuestos y recibir poco a cambio.
Responsabilidad individual y social
Si la justicia no es para todos es porque lo hemos permitido y fomentado. No hemos enseñado bien a hijos, amigos o nietos a no tomar lo ajeno, a dudar, a no dejarse condicionar ni asustar. La libertad que tenemos al nacer incluye la de pensamiento, para ayudar al otro, exigir lo que es nuestro y no permitir que envenenen nuestro cuerpo ni adormezcan nuestra mente.
De la cama al cambio
Estamos donde estamos porque la flojera no nos deja levantarnos de la cama de la comodidad, aunque esta tenga ácaros, mugre y mal olor. Ese lecho está alimentado de pereza corporal y mental, y de desilusión porque la escuela no enseñó más.
Pudiéramos despertar, sacudir las cobijas que nos engañan con falso calor e ir a votar sin presiones para renovar ese lecho, lavar las sábanas que nos mantienen roncando mientras otros se hacen ricos y viven en mansiones. Podemos dejar de babear la almohada de la indiferencia y mostrarnos erguidos, orgullosos y con voluntad, memoria e inteligencia, para dejar de ser los mismos de siempre.
Un llamado a la conciencia
Sin corajes, sin envidias, ni filias ni fobias, pero sí con conciencia —la única que no nos dejará repetir errores— y con lógica para recordar que los changos viejos no aprenden maromas nuevas, y que la pobreza y el hambre dejen de vivir en nuestra patria, donde cada día salimos sin saber si volveremos o nos quedaremos en el camino.