Por sus principios tradicionales de no intervención y libre determinación de los pueblos, nuestro país ha tenido pocos conflictos internacionales en la época moderna. En 1930 rompió relaciones con la Unión Soviética por sus diferencias ideológicas, en 1939 con España por diferencias con el franquismo, con Nicaragua en 1979 con el dictador Anastasio Somoza y ahora con Ecuador por la invasión de su policía a nuestra embajada en Quito. Nunca como ahora México se ha visto envuelto en tantos torbellinos diplomáticos a causa de la poca delicadeza y el escaso tacto con las cuales el presidente Andrés Manuel López Obrador ha manejado la política exterior.
López Obrador rompió relaciones con el gobierno ecuatoriano justificadamente porque invadió la sede diplomática violentamente, lo que es condenable de cualquier manera; pero días antes el mandatario mexicano había criticado las elecciones en esa nación en 2023 y dio asilo al exvicepresidente Jorge Glas Espinel, acusado por la justicia de su país por peculado en obras sociales. Glas estaba en libertad condicional cuando solicitó refugio en la embajada mexicana; sin embargo, un grupo de uniformados lo sustrajo el viernes pasado con violencia de la sede diplomática después de un diálogo infructuoso con el gobierno de AMLO.
Las escenas de esa noche se repiten en las redes sociales y en los noticiarios del mundo. En una camioneta, Glas fue llevado a una prisión de alta seguridad donde permanece. Vimos con pena ajena al encargado de Negocios de la embajada mexicana, Roberto Canseco, salir a la calle e intentar detener el vehículo. Es decir, no buscaba defender la soberanía de la representación, sino impedir que se llevaran al presunto delincuente. Tal vez esa era la orden recibida.
Pero en este sexenio no ha sido el único diferendo internacional de México a consecuencia de los dichos del presidente López Obrador. El mandatario ha tenido choques con Estados Unidos, Canadá, España, Perú, Argentina, Ucrania, Israel, Austria, Francia y ahora Ecuador.
Con España ha tenido problemas porque exigió que el gobierno ibérico pidiera perdón por los agravios cometidos durante la conquista hace 500 años. López Obrador dice que por esa situación las relaciones entre ambos países están en pausa. También ha declarado “golpista” al gobierno de Perú por destituir al expresidente Pedro Castillo y ha criticado acremente por su ideología al actual mandatario argentino Javier Milei, quien le llamó “ignorante”, en respuesta.
López Obrador ha pedido a Joe Biden, de Estados Unidos y a Justin Trudeau, de Canadá, sin ningún antecedente, a que no participen en la “guerra sucia” en su contra y que “si no hay un trato respetuoso hacia él” no acudirá a la cumbre convocada para este mes en Quebec. Además, ha hablado mal de las políticas en materia de migración de ambos gobernantes.
Con Ucrania el presidente mexicano no apoya su guerra contra Rusia, al contrario, defiende al gobierno del Kremlin; condena a Israel por no permitir la extradición de Tomás Zerón, exdirector de la Agencia de Investigación Criminal en la época de Enrique Peña Nieto, acusado de tortura por las autoridades mexicanas; ha señalado que Austria es una nación “egoísta” por no prestar el Penacho de Moctezuma y a Francia la ha llamado insensible, por no evitar las subastas de piezas arqueológicas.
En fin, Andrés Manuel López Obrador ha tenido muchas dificultades en su sexenio para entender el precepto fundamental de Benito Juárez: Entre las naciones como entre los individuos, el respeto al derecho ajeno es la paz.