Por Tayde González Arias
La inseguridad que nos rodea
Vivir en un pueblo donde, así como se abre un negocio se cierra, porque no existen incentivos para que quienes quieren comenzar un negocio lo puedan hacer; donde caminar por las calles da miedo por los altos números de asaltos o robos; en un lugar donde, en vez de sentirte seguro al ver una patrulla tripulada por policías, quieras huir lo más pronto posible por temor a que te detengan y maltraten porque seguro lo que sí harán es extorsionar, es vivir en un pueblo sin ley, o en un lugar donde la ley no es para todos o en el que el poder ya no lo tiene la gente.
Amar la libertad
Amar la libertad más que a la vida te da el valor para saber e identificar lo que está bien y lo que no se debe aceptar. Por ejemplo, no podemos pensar que es normal que, aunque yo pague para tener un servicio de salud, no lo reciba, o que debido a que yo no tenga enfermos no me interese porque aquellos que lo están no sean atendidos. Nadie es inmune a la enfermedad.
No inclinar la frente ante el poder
No nacer para inclinar la frente es no ponerse de tapete para que pase quien ostenta el poder. Tampoco es aplaudir las mentiras del poderoso, pues la hipocresía, como enemiga de la verdad y la honestidad, solo puede tener de recipiendarios a seres cuya conciencia se vio aplastada por el poder. Perdiendo su dignidad, fingen decir cosas buenas cuando todo se está pudriendo.
La balanza del miedo
Nos ha tocado vivir en una balanza inclinada a favor de aquellos que tienen poder e infunden miedo, pues muchos que se atrevieron a decir la verdad perdieron la vida. Se sabe de la noticia de la muerte de un periodista, pero al otro día nadie, o muy pocos, le dan seguimiento a la aclaración de su muerte. Ya casi nadie se interesa por el o los actores de tan deleznable acto.
Falta de valores y empatía
Cuando los valores se evaporan, queda un pueblo seco de humanidad. Cuando la gente solo ve, pero no denuncia los malos actos, nos desprendemos de aquello que se llama empatía. Nos volvemos egoístas, porque solo nos importa nuestra propia persona, como si los demás no existieran, como si no nos fuéramos a apoyar de los demás en algún momento.
Acciones más allá de los símbolos
De poco o de nada sirve que cada Día Internacional de la Mujer se coloquen grandes moños de colores en las oficinas de gobierno, si no se crean programas educativos y culturales integrales que valoren a plenitud el papel de las féminas. ¿Cuánto ayuda un moño rosa en la pared de una secretaría de gobierno si no hay dónde ni cómo se realizan mastografías, seguimiento a quienes padecen cáncer o medicamentos para ellas?
Libertad en las calles
Está bien que mejore el servicio de transporte y tengamos vías de comunicación de primera, pero estaría mejor que podamos ir y venir a donde queramos o necesitemos sin que tengamos miedo a ser detenidos por fuerzas conocidas o no reconocidas por la ley, solo para pedir dinero, ser privados de la libertad o para que se roben nuestro transporte, fruto de nuestro esfuerzo.
La verdad que no se puede ocultar
Cada quien ve el rostro que quiere, desde su felicidad o su tristeza, desde el hambre o la satisfacción, desde ser gobernante o gobernado. Pero, antes que todo eso, está la verdad, lo cierto, lo que no se puede tapar con un dedo, lo que reluce como la basura en mitad del río, como el agua negra al entrar en contacto con el agua clara nacida del manantial.
Recuperar la dignidad
No nos podemos acostumbrar a la mala vida, al vivir como si todo estuviera bien mientras en nuestra mesa no falten el pan y la sal, pero en la de otros no tengan qué llevarse a la boca. Hemos de preocuparnos por el entorno, debemos ser empáticos y convertir los deseos en acciones para exigir vivir en paz, rescatar la dignidad y trabajar con los valores por delante.
Un llamado a la acción
Nos merecemos prosperidad. Debemos a la comunidad, y la comunidad hace la fuerza. Por ello, es importante buscar y encontrar los argumentos que nos defiendan para no caer en la sumisión y menos quedarnos a vivir ahí. No se trata de permanecer en la teoría del complot o de culpar por todo al gobierno o al poderoso, pero sí de identificar el papel que a cada uno le toca tener en nuestros pueblos y recordarlo de vez en vez, para que no se duerman en sus laureles.
La esperanza de un cambio
Que tiemblen los que nacieron para vivir de infamia y servidumbre, porque somos muchos los que aún sentimos un rayo de luz que nos alumbra. De tal suerte que quien quiera seguir agachado, así lo haga. Quien crea que la paz o la dignidad no tienen valor, que se haga a un lado, porque seguimos los que, independientemente de haber ido a la escuela o no, creemos que hay cosas que están pasando que no nos merecemos y que deben cambiar desde ya, para que no se sigan arrastrando malos vicios.